Salvemos a las ballenas.


El otro día me encontré una ballena varada en la orilla de la playa, y al acercarme me di cuenta que la conocía. ¡Era una Beluga! De la especie minisimmons.

 


La reconocí por la forma de la cola y de las aletas tan características de esta especie y esa ratita marca de la casa. Me llamó la atención que le faltaba una aleta. Cuando la vi en ese estado me dije a mi mismo que ese no podía ser el final para este fantástico animal, así que la cogí en mis brazos y le juré que la arreglaría. Ella me miró, también se acordaba de mí, se le pusieron los ojos brillantes y se le cayeron dos gotas de cera en la arena. Yo la abracé y la metí con cuidado en la funda.


Ya en mi casa, se le veía cansada y preocupada, y me dijo con voz temblorosa: “¿me dolerá?”. Yo le acaricié el belly y le comenté que no, que ya había arreglado más aletas como esa, que el corte era limpio y no era complicado de arreglar. Espiró profundamente y apoyó su cabeza en los caballetes acolchados con un gesto relajado y quedó dormida en un profundo sueño.




Al acabar la reparación se despertó al echarle agua para limpiar el polvillo que quedaba sobre ella. Se le veía contenta y encantada con su nueva aleta. No paraba de moverse y decirme que quería ir al mar de nuevo, a volver a sentir el agua fluir por su cóncavo. Le dije que tuviera paciencia, que aquí las olas hay veces que tardan en llegar, pero que cuando vienen no tienen nada que envidiar a ninguna otra. Le comente que ahora tenía que descansar y curarse bien esa aleta, así que la deslicé de nuevo en la funda y le dije que descansara que ya le avisaría cuando llegase el momento.

 



 

Pronto la volveremos a ver chapotear de nuevo por la costa del levante. Es una especie rara de ver, pero si ves a alguien que no para de pillar olas y sale con una velocidad endiablada, seguro que va a lomos de una Beluga.

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